martes, 5 de octubre de 2010

piratillas y pajarracos

La tormenta de aquella noche los había pillado cerca de tierra firme y los había devuelto al estómago del mismísimo Neptuno.
Los hombres luchaban como podían para recoger las velas y Ella en su camarote, suplicaba a los dioses que fueran benevolentes.

Todo empezó cuando dos lunas atrás encontró el tesoro en aquella isla.
Cien monedas de plata acuñadas con el ojo de un cuervo. Algunos de sus hombres se negaron a tocarlas pero otros, los más rateros, ya se veían rodeados de buenas mujeres, dispuestas a cumplir sus más obscenos deseos.

Los que sabían de aquel tesoro, contaban que a quien diera con el, el dios de los mares lo perseguiría y que en sus sueños sería atormentado por un cuervo.

Ella nunca había creído en esa patochada de leyendas de viejos piratas desdenatados, pero esa misma noche, cuando todo parecía estar en calma, ella dormía, el pájaro voló en sus sueños. Volaba y volaba sobre su cabeza graznando por su pico amenazador hasta que se posaba sobre su hombro y tan solo un instante después, el cuervo le picaba el ojo, ese ojo que despierta no tenía.
Y así noche tras noche.

Pero la tormenta de esta noche que os cuento, parecía ser el fin.
Cuando Ella subió a cubierta, lo primero que vio fue una mancha negra en el cielo, iluminada por un relámpago.
No podía ser, estaba allí. El cuervo que la atormentaba todas las noches, volaba sobre su barco maltrecho.

Y eso solo podía significar una cosa.

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Silencio, se pinta.