martes, 30 de noviembre de 2010

Desde luego...

¿Cómo podía odiar tanto ese ruidito insignificante? La cucharilla removiendo el café.
Él sabe que no lo soporta y lo hace siempre por fastidiarla.

¿Te molesta?

¡No! que cosas tienes,¿lo dices por su cara de uva pasa o por su rechinar de dientes? ¡pues claro que le molesta capullo!
Y encima lo dice con esa sonrisa de medio lado que le saca de sus casillas.
Claro que ella no se queda corta y le echa el humo del cigarro en toda la cara. Jódete cabrón, ojalá te ahogues.
Pero él no se da por aludido, lo aparta soplando y aprovecha para acercarse a su oído.

Me gusta cuando te enfadas, cuando sacas tu genio.

Los dientes debería sacar, pero los tuyos de un puñetazo, por pesado y gilipollas.

Bueno, parece que la cosa se relaja.
Ella le mira y sonríe, suele rendirse pronto. Sabe que si no lo hace, tiene las de perder.
¿De qué le sirven su genio y sus principios, si a la mínima sabe que caerá rendida a sus pies?
Y todo por sus palabras bonitas.
Cree que todo lo que le dice puede llegar a ser real. Pobre ilusa.

Me da lo mismo, ella sabrá lo que hace. es su vida.
Yo por lo pronto voy a terminarme la copa,que he quedado y ya llego tarde.

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Silencio, se pinta.